Entradas

Tú diriges.

Estás en el tren, sentada en el final de un vagón en un asiento carcomido por el tiempo. Rodeada de personas. Personas desconocidas. Personas sin rumbo o personas que simplemente acaban de encontrar un destino en su vida.  El tren para. Ciertas personas se bajan pero tú te quedas hasta la última parada. Tienes ese privilegio de ver quién se espera y quién se va. Miras a tu alrededor, observando a la gente. Ya quedan pocos.  Al bajar, en la estación, hay personas esperándote y otras bajan contigo. Éstas han permanecido contigo todo el viaje hasta el final. No sabes hacia dónde se dirigía ese tren, no tiene rumbo ni tiene fin. Tú vas delante, tú diriges el camino, tú diriges tu caminar y hacia a dónde vas.

Tú.

No eres tu color de piel,  ni tu peso,  tampoco tu altura. No eres tu nacionalidad,  tu sexo,  tu religión,  tu orientación sexual.  Eres la forma en la sonríes,  cómo arrugas la nariz,  tu manera de reír.  Eres la fuerza con la que abrazas,  las lágrimas que caen por tus mejillas.  Eres la forma en la que cantas, y la pasión que pones en ello.  Eres los sueños que tienes,  las fotografías que tomas,  los versos que escribes.  Eres la voz dentro de un túnel.  Eres el grito de una revolución. Eres la ola de un tsunami.  Eres una gran tormenta.  Eres el tic tac de un reloj sin fin.  Eres tus ideas,  tus principios,  tus singularidades, tus miedos.  Tú, eres tú,  y no deberías de cambiar nunca.

IV.

Con la revolución en las venas, la libertad encerrada en su interior. Sonrisas de media luna y un océano en su mirada. Las manos manchadas de valentía, y los ojos teñidos de un ojalá. Vivía en un sueño. Soñaba una vida. Y al fondo del abismo, poseía un arte salvaje, abstracto, que solo él entendía.